Todo lo que estos exploradores tenían para guiarlos en sus viajes eran meras simbologías y notas en un diario, dejado por un transeúnte en la biblioteca del centro comunal Armiô. El diario estaba firmado sólo por una solitaria inicial - D, y pronto en sus páginas primordiales se hicieron patentes las impresiones de un espíritu pionero y de una figura que debió caer en la gran tentación de creer en sí mismo. En estos raros papeles, instrucciones, fácilmente susceptibles de no ser de su autor, sino de la locura, buscador de verdades, y que, por razones desconocidas, despertaron el coraje de jóvenes ilusionados, creyentes de que en aquellas páginas podían residir certezas. En ese mundo, la falta de alternativas corroboró la expansión de esa chispa en el actuar, en transformar el mundo, en buscar una salida o incluso un escape soñado, porque nada era tan creíble en aquellos tiempos como la redención y la gloria nacidas de los obsesivos, de los locos, de los incomprendidos.